Artículo de opinión de Javier Fernández-Caballero Díaz-Meco.
Típico tópico herenciano e interpelación pintoresca de nuestros mayores cuando febrero roza sus primeras heladas y alborea don Carnal en los últimos días del invierno manchego. Innumerables han sido y son las ocasiones en las que prodigan comentarios en torno a la positividad de todo tiempo pasado frente al pesimismo actual. Como innumerables son las ocasiones en que la voz justa de turno se alza para proclamar la Buena Nueva de su virtud anunciando, como si de profeta revelador se tratara, que es necesario “quedarse con lo mejor de cada época”. También, y sobre todo, en Carnaval.
El Carnaval, unido primero a la idiosincrasia personal de cada herenciano y posteriormente a la comunitaria de todo un pueblo que es piña una vez al año para sacar a la calle el yo más pícaro que durante el mismo guarda para sí, es dardo del tópico en el estudio de su evolución. También en el “quedarse con lo mejor de cada época” se incluye esa base histórica interpretada con un tinte coetáneo como aquellas necesidades más terrenales que divinas que no son sino la transformación histórica de la base de nuestro Carnaval. Y, además, transformación real, me explico: que si proclamamos una fiesta singular gracias a su base histórica, ésta debe ser justificada para que su ejemplo se vea reinterpretado de acuerdo a las necesidades actuales.
Que la raíz más profunda de nuestra Fiesta más popular sea religiosa es, tal y como hace un año publicaba en artículo de opinión este medio (http://herencia.net/2013-02-15-batalla-casi-perdida/) una “Batalla (casi) perdida”. Todos conocemos cómo y cuándo hacer digno el Carnaval haciendo a las ánimas del siglo XXI partícipes de él a través de los medios que, tanto el Consistorio local como la Asociación Carnaval de Herencia D.O ponen de su mano en el ofrecitorio de cada Martes Santo herenciano.
En realidad perdemos gran parte de nuestra identidad cuando despreciamos la realidad pasada por intentar crear nuestra propia imagen del futuro, obviando asimismo su base histórica fundamental: en eso también se fundamentaba un Carnaval “de antes” del que es necesario tomar las riendas aunque sólo sea por mera dignidad. Si estamos intentando, por un lado “fomentar” una imagen actual que caracterice lo que está siendo la época dorada de la historia carnavalesca en Herencia, no podemos dejar en el tintero lo que realmente hace a nuestra fiesta única en el mundo.
Pero no es tan sólo el problema “de antes” el religioso, ni mucho menos, puesto que el camino que el Carnaval ha erigido en torno al contexto social de cada época ha sido y es motivo de discusión. Sí, hablo irremediablemente del supuesto “detrimento” actual del Carnaval debido a la hipotética ostentosidad en una fiesta que se caracteriza precisamente por la sencillez como fundamento de su personalidad. No se trata de latigarse por ese supuesto menoscabo en el que el Carnaval actual está inmerso, sino de comprender que, si bien el Carnaval actual concibe una fiesta en cierta manera más “lujosa”, también debería comprender un Carnaval con base histórica interpretada tal y como don Carnal exige de la actualidad.
Un visillo, prendido sobre el rostro de cualquier herenciano nada tiene que decirle al mundo porque es considerado como locura interior con fácil curación: quitar ese visillo y punto final. Ahora bien, cuando ese visillo está argumentado con una historia, con las características de una festividad singular y con un cúmulo de sentimientos prendidos de los corazones herencianos, éste se convierte en trascendental, en mágico, en un visillo distinguido por un por qué que lo hace diferente. Ese visillo es el Carnaval de Herencia, antes como ahora, pero teniendo claro que la evolución siempre gira en torno a una línea lógica de sucesión de hechos ilógicos: precisamente porque son ilógicos esos hechos históricos nuestro Carnaval se conforma como algo único en el mundo.
Pongamos el ejemplo más característico: a la Herencia del Régimen no le quedaba otra escapatoria que usar el divertimento popular manifestado en el Carnaval como medio de escape anual en el que refugiarse “usando de todo” para la vestimenta. Ese aprovechamiento folclórico de dotar a cualquier objeto cotidiano de un carácter burlesco no era sino una medida de necesidad. No le quedaba otra opción. O usaba como algo extraordinario el objeto más ordinario de la vida diaria para su divertimento público o no había Carnaval.
Ahora bien, la sociedad actual no exime que las también actuales posibilidades, máxime del panorama actual, hagan de la indignidad innata del Carnaval una fiesta más digna, que no por ello menos castiza: simplemente una fiesta del 2014, del Carnaval “actual” que exige el “ambiente actual”. Si antes cualquier objeto cotidiano era transformado en extraordinario, ahora la posibilidad de hacer lo extraordinario de un objeto algo más extraordinario aún en Carnaval es algo realmente maravilloso. Y eso sólo pasa en Herencia, donde la gracia manchega se une a la personalidad de un pueblo identificado totalmente con la personalidad de esta fiesta. ¿El consumismo masivo? Pues sí, lleva usted razón, porque en mayor o menor medida afecta al Carnaval como pueda afectar a la Fiesta de las tarraconeras de Villaescusa de Monteabajo. Sensata y lógica reflexión popular.
Todos y cada uno de los ciudadanos tienen el derecho de decidir sobre el futuro de una fiesta que ha salvaguardado su personalidad a lo largo de los siglos gracias a su carácter popular y, por supuesto, religioso. Y el propio Ayuntamiento como cuna local de la ciudadanía en su máxima expresión, que es la democracia, es el encargado de reconducir esa base histórica con el fin de no olvidar que lo que fue nuestro lo sigue siendo, aunque nos empeñemos en que recordarlo sea el mejor de los homenajes. Pues no. Recordarlo es de humanos, pero reconducirlo a la actualidad es de herencianos.
Por ello la importancia de construir un Carnaval entre todos, en el que la suma construya la multiplicación del interés cultural más importante de todos, que no es otro que el espíritu con que cada uno vive su particular espíritu carnavalesco. Para unos, un espíritu tiznado de base histórica y religiosa, para tantos otros un espíritu jocoso y libre que exhibe anualmente lo inexhibible durante el ciclo natural de una vida con una herencia cultural que vale más que mil Carnavales juntos. Es una herencia llamada Herencia, y que debemos cuidar en pro de cuidar lo que nuestros mayores nos dejaron por legado adaptándolo a lo que lo políticamente correcto del 2014 exige, pero a lo que lo carnavalescamente incorrecto de la exuberancia que el espíritu herenciano también exige.